por ANTONIO

SIEMPRE ADELANTE

Voy a contarte mi historia con la TRAVESIA. Soy natural de Villena pero “santapolero de adopción” llevo más de diez años viviendo en Gran Alacant y, desde pequeño, he veraneado en la Villa, Santa Pola siempre ha sido mi hogar.
Yo nunca antes había oído hablar de travesías hasta que llegué a vivir aquí, y entonces pensaba: “qué barbaridad, ¿nadar 6km? Eso sólo lo tienen que hacer unos pocos locos”.

Hasta hace unos 6 años sólo había practicado, en serio, el fútbol. Siempre he hecho deporte (gimnasio, salir a correr, etc.) Pero nunca antes disciplinas de resistencia, empecé como muchos haciendo carrera de 10km y posteriormente 21km hasta que decidí probar con el triatlón y, por obligación, tuve que empezar a nadar. Nunca antes había nadado más de 100 metros seguidos. La verdad, no se me da muy bien, pero siempre he sido muy cabezota y he tenido mucho amor propio, así que, a base de entrenamiento y mucho esfuerzo, logré completar algunos triatlones (Arenales, Santa Pola, Guardamar, Antella, Valencia,….).

Ya había cumplido algunos de mis objetivos y, en el 2017, quería que cumplir otros , decidí preinscribirme en la Travesía y en el IM de Lanzarote 2018 (finalmente no me pude inscribir para el IM). En la repesca me toca dorsal para la Travesía pero, por lo que ahora voy a contar, no pude participar. En junio de 2017, concretamente el día 28 me diagnostican un cáncer con metástasis en pleura, hueso y varios tumores por todo el cuerpo, estadio IV. El doctor que me dio la noticia me derivó, mediante un informe médico, a urgencias del Hospital de Elche pues tenía un tumor alojado en el canal intramedular que comprometía seriamente mi movilidad y había riesgo de quedar tetrapléjico.

Después de una serie de circunstancias (cirugías, biopsias y demora en el diagnóstico) se confirmaron los peores augurios, tres semanas después, un lunes por la mañana me despierto y estoy totalmente paralizado desde el pecho hasta los pies, ni podía moverme, ni tenía sensibilidad. Entonces, proceden a intervenirme de urgencia para extraer el tumor de dentro del canal medular. Cuando despierto estoy en el UCI y, por un lado los oncólogos y, por otro, los neurocirujanos no aciertan a decirme nada claro acerca de lo que va a ser de mí, todos expresan su preocupación y solo pueden decirme que esta situación es porque “todo se ha descontrolado, tu caso es completamente anómalo” y que, en unos días se verá si seré capaz de recuperar la movilidad y, en unas semanas, la evolución de la enfermedad. Dada la agresividad de la misma podían pasar dos cosas, y las posibilidades estaban al 50%. Empezaba la lucha.
Ahí estaba yo, en la cama del hospital sin poder moverme, cuando hacía seis semanas escasas había completado mi mejor medio Iron Man y estaba en el mejor momento de forma física de mi vida. Podía morir en pocas semanas y, si sobrevivía, podía quedarme en silla de ruedas para siempre. Difícil de asimilar, ¿verdad? Noches sin dormir, siendo incapaz de entenderlo, ¿porqué a mí? Y toda esa serie de preguntas sin respuesta que todo el que ha pasado por lo mismo que yo se hace.

Hubo un momento que mi cabeza hizo “click” y todo cambió, fui capaz de calmarme y encontrar un camino. Apliqué la máxima “divide y vencerás” para mi situación, y decidí preocuparme de lo que realmente estaba en mi mano que era recuperar toda la movilidad que pudiera, a pesar de lo que pudieran decir los médicos, que todavía no se habían pronunciado.

Vienen los oncólogos y nos dicen que hay que empezar con la quimio porque la enfermedad se ha extendido mucho y no tenemos tiempo que perder, los primeros indicios les hicieron equivocarse con el diagnóstico y, lo que en principio parecía un linfoma, ahora era un seminoma de extraña estirpe. “Este tipo de tumores tiene buen pronóstico”, nos dijeron, y a eso nos agarramos. Ahora tocaba que los médicos rehabilitadores se pronunciaran, y nos dieron la mejor noticia posible: “depende de ti que vuelvas a caminar”. Si dependía de mí estaba tranquilo porque me lo iba a dejar todo, lo iba a dar todo para recuperarme lo antes posible, y así fue, los médicos no daban crédito a lo que hacía.

Empecé la rehabilitación en el mismo hospital en cuanto me pudieron mover de la cama que, al principio, tenía que ser con una grúa. Lágrimas de frustración por verme así pero siempre ganaba mi orgullo y me sobreponía a los malos momentos, que ha habido muchos. Durante la quimioterapia nunca dejé de ir a rehabilitación. Por muy mal que me sintiera nunca he dejado que me vencieran los efectos secundarios del tratamiento, siempre adelante, cabeza dura. Al principio en silla de ruedas, luego con andador y muletas hasta que finalmente aprendí, de nuevo, a caminar de manera autónoma.

¡Bendito don los que tenemos la posibilidad de movernos por nosotros mismos! Nunca antes había estado tan feliz por poder andar de aquí para allá ¡hay qué joderse que nos tengan que pasar estas desgracias para darnos cuenta de lo fácil que es todo y de cómo nos complicamos la vida, en fin!

En octubre del 2017 termino la quimio con éxito, estoy limpio. Empiezo a encontrarme mejor, más fuerte, e intento a recuperar mi vida poniendo orden donde antes sólo había caos, sobre todo interiormente. Como si todo hubiera sido un mal sueño, intento pasar página y me centro por completo en la recuperación física y, en cuanto tengo permiso de los médicos, me meto en la piscina para hacer ejercicios de movilidad, coordinación y tonificación muscular, sólo con el fin de poder caminar y moverme lo mejor posible, pero yo no hacía más que mirar a los que iban a nadar y yo me decía “tengo que volver a nadar y, porqué no, completar la Travesía”.

El agua era el medio en el que mejor me sentía pues mi cuerpo era menos pesado y, en esos momentos, mi tren inferior era un lastre, a nivel neuromuscular todavía no había recuperado del todo y las sensaciones eran muy extrañas, yo pensaba en hacer algún movimiento y mis piernas no me respondían. Todo era muy frustrante pero, como he dicho antes, siempre he sido muy terco y, por mis narices, tenía que conseguirlo. De momento, me preinscribí para hacer la Travesía “Vamos a prepararla y luego ya veremos”, pensaba yo. En marzo de 2018, en una revisión se aprecia una recaída de la enfermedad. Tengo que renunciar, de nuevo, a mi plaza en la Travesía. Para poder curarme me derivan a un Hospital de Murcia para someterme a un tratamiento de rescate que consistía en altas dosis de quimioterapia con autotrasplante de médula ósea, con un total de tres trasplantes para poder eliminar el cáncer de mi cuerpo.

Empezamos el tratamiento y, por una infección grave, paso una semana en la UCI, casi me voy al otro barrio por una bacteria intestinal que aprovechó una bajada de defensas para, casi, acabar conmigo, pero no pudo.
En julio empiezo el primero de los tres trasplantes y el último termina el 28 de septiembre. Los trasplantes se hacen en ingreso hospitalario e incomunicado, en asepsia, durante tres semanas aproximadamente. Estás en inmunodepresión severa y el riesgo de infecciones es muy alto por lo que estás completamente monitorizado para evitar complicaciones. Durante este tiempo ingresado pude comprobar lo que es el infierno, puedo asegurar que no hay muchas cosas peores que este tratamiento, alguna vez pensé en tirar la toalla pero, una vez más, salí adelante.

Como me había ido tan bien ir a nadar y hacer ejercicio, en cuanto las analíticas de sangre salieron con cifras decentes, retomé mi rutina deportiva. Tanto a nivel físico como mental el deporte me ayuda tanto que no entiendo cómo hay gente que gasta dinero en otras cosas cuando el mejor psicólogo, en mi opinión, es ocupar una horita al día para nadar, correr, montar en bici,…. Lo que cada uno pueda hacer.
Vuelvo a dónde lo dejé antes de la recaída de la enfermedad y empiezo a nadar regularmente partir de este pasado noviembre, con la Travesía como objetivo entre ceja y ceja, tengo que cerrar el círculo no hay que dejarse cosas por hacer. Cada día que voy a entrenar lo hago la ilusión de estar en Tabarca el 7 de julio, con mis amigos y mi familia que me van a acompañar en esta aventura, y terminar en la playa de Santa Pola, en mi casa, y luego pegarme un buen atracón para celebrarlo.

Esta hazaña, que para mí lo será, la veo como una metáfora de mi vida, mi TRAVESÍA. Superar tantas adversidades y poder atravesar el arco de la meta para poder decirme a mí mismo “lo hemos conseguido, hemos ganado, estamos vivos”. La prueba no deja de ser un instrumento, o una excusa, de la que me sirvo para motivarme, superarme y entregarme en cada entrenamiento, me ayuda para mejorar mi forma física y a continuar progresando en mi proceso de consecución de objetivos.
Todo lo que he vivido últimamente me ha cambiado, y mucho. No quiero perderme nada. Ahora, siempre que tengo oportunidad de hacer algo, lo hago. En este caso de la Travesía no quiero dejar de vivir esta experiencia. Voy a disfrutarla a tope y que, pase lo que pase en el futuro, mi testimonio pueda servirle a alguien para decidirse a hacer esta o cualquier otra carrera.
Un abrazo muy grande!!!!